A Kathryn Bigelow deberían darle un premio por copiar tan tan bien a Michael Winterbottom, a John Sayles y a Ken Loach. Entre otros grandes directores que nunca serán tan reconocidos porque no dedican su filmografía a contar mentiras.
Es paradójico que se apoye en directores tan auténticos para representarnos como real una mentira que duró diez años y que encima le da para casi tres horas de metraje infumable de no ser por los referentes de los que ha mamado.
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